“El punto de vista se refiere a una
concepción comprensiva del mundo desde una perspectiva determinada. El punto de vista cristiano del mundo es,
entonces, una concepción comprensiva del mundo desde la perspectiva cristiana.
El punto de vista del mundo de un individuo en su “concepto global” – su cosmovisión. Es la armonía de todas
sus creencias acerca del mundo. Es su
manera de entender la realidad. La visión que tengamos del mundo es la base
para la toma de decisiones diarias, y por lo tanto, resulta extremadamente
importante”.
ENCÍCLICA DEUS
CARITAS EST DE BENEDICTO XVI (25/12/2005)
“1. « Dios es amor, y quien permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de
Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la
imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su
camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una
formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el
amor que Dios nos tiene y hemos creído en él ».
Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción
fundamental de su vida. No se comienza a
ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con
un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva…”
CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES (7/12/1965)
“22. En realidad, el
misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…”
Documento de Puebla (1979)
“1183. El joven
debe experimentar a Cristo como amigo personal, que no falla nunca, camino
de total realización. Con él y por la ley del amor, camina al Padre común y a
los hermanos. Así se siente verdaderamente feliz”.
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DE FRANCISCO
(24/11/2013)
“1. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de
los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son
liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la
alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para
invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar
caminos para la marcha de la
Iglesia en los próximos años.
2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y
abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del
corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de
la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios
intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se
escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no
palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese
riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres
resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena,
ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que
brota del corazón de Cristo resucitado.
3. Invito a
cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar
ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la
decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No
hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque
«nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que
arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia
Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es
el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil
maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza
contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus
brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido!
Insisto una vez más: Dios no se cansa
nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su
misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt
18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre
sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga
este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver
a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede
devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos
declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos
lanza hacia adelante!”
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